El Acebuchal aparece de un blanco límpido tras la curva, recortado en medio del abigarrado bosque de pinos Alhama.

Estamos a unos ocho kilómetros de la siempre bella Frigiliana, desde donde se sube a esta aldea perdida a través de un camino de tierra de un sólo sentido. Durante el trayecto, que arroja espectaculares vistas sobre el pueblo, las montañas y hasta el mar, es fácil cruzarse con ciclistas y con extranjeros felices de sentir en la piel el cosquilleo del sol, ajenos al esfuerzo de la caminata.

A El Acebuchal, sin embargo, ni siquiera se lo intuye durante la subida. Es más: es sencillo pasar de largo del carril que anuncia su presencia, su escondite. Quizá por eso permaneció más de 50 años abandonado, visitado tan solo por los antiguos vecinos, que saqueaban sus propias viviendas para construirse otras en las inmediaciones.

La culpa la tiene, sobre todo, el Bar Restaurante El Acebuchal: administrado por los hijos de Antonio y Virtudes, este comedor de hogaza horneada cada mañana, especializado en recetas tradicionales de la aldea y carne de caza -pero también con opciones vegetarianas disponibles-, congrega a turistas y vecinos de la zona. Sabiéndolo o no, acuden a celebrar su particular eucaristía de pan y vino en honor a aquellos que, no hace tanto, tuvieron que abandonar su plato, su copa y su tierra.



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